sábado, 12 de septiembre de 2015

Primer día



El viejo Haohan Zarpa Fangosa me explica que los campos florecientes siempre han estado llenos de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas, pero que en la infancia del tatarabuelo del tatarabuelo del tatarabuelo del tatarabuelo de su tatarabuelo, sus cebollas eran muy diferentes a las actuales. Cada una tenía un color distinto: rojo, amarillo, naranja, morado... todos deslumbrantes, irisados, centelleantes, como el color de una sonrisa o el de un bonito recuerdo.

 

Por alguna incomprensible razón, empezó a correr el rumor entre la gente de que esos colores las hacían indecorosas, inadecuadas y hasta vergonzosas. Y las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder sus tonalidades de topacio, de aguamarina, de lapislázuli y de esmeralda con capas y más capas de piel, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta que se convirtieron en las cebollas que conocemos ahora.



 -"Y cuando pelamos una cebolla y la dejamos sin protección, ésta nos contagia su miedo y su tristeza. Por eso lloramos cuando una cebolla nos abre su corazón... y así será hasta el fin del mundo".

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